martes, 20 de marzo de 1979

El hablar de las mujeres (Cristianismo y Misoginia)

Resumen:
Desde sus comienzos el cristianismo ha ocupado sus mentes en interrogarse acerca de la presencia de las mujeres en el mundo. Partiendo del relato de la escritura del Génesis, donde la supuesta primer mujer es formada a partir de una costilla del hombre, y atravesando el uso por parte de Eva del habla para con la serpiente, introduciremos leve y brevemente la manera en que los Padres de la Iglesia se ocuparon de caracterizar la observación Paulina acerca del precepto del silencio en lo que se refiere a las mujeres.
Tendremos oportunidad de ver cómo la voz de las mismas, en tanto que causaba en los primeros cristianos un obstáculo frente a la salvación y el deseo, preciso ser segregada y amonestada, amen de la particularidad misógina, en aquellos primeros siglos, de la conformación del legado actual del pensamiento cristiano.



Como en todas las Iglesias de los santos,
las mujeres callen en las reuniones,
pues no les esta permitido hablar;
antes bien, estén sometidas, como dice la ley.
(I Cor. 14: 34-35)

I

Y el silencio se hizo cual mordaza, cuya efectividad, quizá, halla sobrepasado en cuanto velo la argucia Homérica frente al cantar de las sirenas en la Odisea.
Es un hecho que en sus comienzos la Religión Cristiana preciso armarse contra las irrupciones heréticas en lo que hizo a la consumación del Dogma, y fue en parte la posición de las mujeres; sus privilegios y desventuras escrituitarias, teológicas y escatológicas aun; aquello frente a lo cual la dimensión del asunto comenzó a girar en redondo, siendo el punto de apoyo aquella colección de textos que se denomina La Biblia, cuya función de entorno ha marcado un modo de apreciación en lo que respecta a la sexualidad femenina en Occidente.
Es entonces, que el compás hubo de apoyarse en primera instancia en aquel mito; por demás conocido y comentado aunque no por eso deslindado; de la madre de todos los seres vivientes, Eva, conversando con la serpiente. Allí, en el Génesis 3: 1-7, nos es relatado el momento preciso en que esta supuesta primer mujer forjó el uso de sus primeras palabras (pues hasta el momento nada escrito acerca de su hablar había), donde al ser atravesadas en un dialogo con “el mas astuto de todos los animales del campo que hiciera Yavé”, el devenir, la línea de la vida, comenzó a errar en cierto modo.
La manzana, el mordisco y la maldición ulterior de Dios fueron la tertulia de aquel banquete que tan a mal traer tuvo a los Padres de la Iglesia, donde la construcción de la teoría del pecado original, que desembocó en la genialidad de un San Agustín, jamás olvidó que fue una mujer quien por cierta avidez de lengua, según Tertuliano, arrastró al hombre hacia la caída, el sudor de la frente y la clausura del árbol de la vida, con la concupiscencia como justo recado frente al abandono de la gracia de Dios.
Debemos tener en cuenta, además, que aquella mujer no solo habló; y hablan aun por supuesto; sino que por lo demás fue ubicada como quien causa, al menos, algo sostenido como innombrable, lo cual podemos extraer de la lectura que se hizo de la creación y la posición jerárquicamente inferior de lo creado frente al modelo, véase verbigracia a San pablo I Cor 11: 7- 13, donde la mujer como costilla del durmiente Adán ( acaso podría leerse aquí la existencia de La mujer como sueño del hombre?... una gracia de Dios?) es ostensiblemente acomodada en la Carne y en los huesos: “carne de mi carne, huesos de mis huesos”... de ahora en más ambos serán una sola carne, solo que en tanto que mullier corpus viri, la imagen de Dios, esa gran esfera, será quien comande a la encomienda. Y no es de extrañar que el susodicho hombre haya aceptado la manzana en un olvido del precepto, ("el Hombre se olvidó del mandato establecido por Dios y se dejó tentar por la amarga comida", Escribe Gregorio Nacianceno en sus Homilías sobre la Natividad[2]) persuadido por aquella imagen que no es ya imagen sino en un segundo grado: ser inferior cuya cabeza deberá ser velada en un intento de evitar el oprobio de los ángeles, jugándose aquí además el papel de un estigma rememorativo frente a aquella imperdonable falta de Eva que, ya sea por hecho o por derecho, pertenecía al cuerpo de Adán; y en tanto que, mutatis mutandis, por un acto de prestidigitación teológica, toda mujer resultará mercancía del hombre. Decantación esta de la escritura del Génesis, donde parafraseando a Lacan (Sem. XIV Clase 19), desde el instante preciso en que la acción divina vino a proveerle al hombre una marca suplementaria, se encuentra, el desdichado, teniendo como objeto qué sino una pedazo de su propio cuerpo?. Y el cuerpo, eso es algo que se suele tener, y a veces aun poseer, aunque no del todo, pues algo siempre suele escapar, como no se le escapará a la inteligencia de San Agustín.
Resultará entonces que la posición de Esposa, como sujeta al marido, también se sabrá trenzar en esta caracterización trina de velo-silencio-sujeción, donde quizás la sentencia divina de los dolores en el parto puedan traernos algo a luz bajo el ser madre. Y esto, en tanto que transmisora, junto al ingenuo hortalero, del pecado original, donde el inicio siempre se pensará anclado en ese pequeño objeto que causó aquel movimiento involuntario de cierta parte fuera de cuerpo, donde, como dice Lacan (Sem. XVI clase 13[3]), Adán no solo descubrió "que ella es la mujer sino también que el comienza a pensar”... en ella, pero para seguir durmiendo.


II

Empero la cuestión la centraremos en el carácter con que los Padres de la Iglesia supieron abordar el hecho de que las mujeres hablan, pues que hablan eso parece ser un hecho.
De modo tal, que el Doctor Lacan, en el Sem. XXIII clase I[4], nos dice que “l’Èvie tenia esta lengua rápida y muy suelta, ya que luego del supuesto nombrar de Adán, ella es la primera persona que la usa, para hablar con la serpiente” con la consecuencia de la introducción de la falla que no cesará de agrandarse, aclarando además en la Conferencia de Ginebra pg 143[5], que “son mas bien las mujeres las que inventaron el lenguaje... el Génesis lo da a entender. Con la serpiente, ellas hablan- es decir con el falo. Hablan todavía mucho mas con el falo en la medida en que para ellas, entonces, es hétero.”
Y el uso que ellas hacen de lalengua, a estos intrépidos hombres de la religión, no pudo mas que parecerles peligroso... incluso siniestro y por supuesto seductor frente al denuedo con que intentaban acorazar el deseo por esa parte desprendida en una especie de lapsus en la deidad, y tropiezo del Logos Lucano. Pues no debemos olvidar el papel de la seducción, o mejor aun de la tentación que toda cercanía de una mujer conllevaba, peligro intrínseco en lo que hace a la verdad del día del juicio final en la escatología universal, puesto que en la reformulación cristológica de los mandamientos hebreos, donde se escribió "no cometeréis adulterio", ahora deja de ser asunto del llevar a cabo para generalizarse en el axioma imperturbable del "que todo el que mira a una mujer con mal deseo ya ha cometido con ella adulterio en su corazón" (Mat.5: 28), sobreescritura ésta mas que utilizada, desde un San Justino Mártir en su Apología[6] por ejemplo, para remarcar la eficacia de los pensamientos que tienen a una mujer como destinataria, si bien los Padres no desconocían la función del objeto causa de deseo; de hecho su repudio y desprecio frente a las mujeres será el intento estertóreo por volver indeseable lo que causa... aquello que no debería tomar sino el papel de deberse a un trazo de Dios en razón de su creación.
Es entonces, que frente al problema de la presencia de un Otro sexo, que ha generado la división y el infortunio en la relación del hombre para con su Dios, caerá sobre las cabezas de las mujeres el precio de haber sustraído a la Unión paradisíaca, la pasibilidad en que Adán vivía junto a su Creador, lo cual podemos comenzar a observar ya en Filón de Alejandría, por ejemplo y en su recurso iterativo a la nostalgia por aquel Uno añorado, donde el Amor por una mujer fue aquello por lo cual el hombre tomó la manzana desobedeciendo el mandato divino, amando por su puesto a su propio cuerpo mas que a su hacedor, y esto en lo que pareciese ser un divino desatino.
Pero no solo encontraremos la imputación del desorden por el lado de la Escuela Alejandrina, y sus sucesores Capadocios, sino que por el lado de los Padres Latinos, si bien con menor filosofía, aunque no menor recelo; al menos en sus comienzos; tendremos a si mismo la petrificación basamental en los achaques segregativos acerca de la menor dignidad respecto de la mujer; pues desde ambos frentes San Pablo, aquel insigne ideólogo, funcionará como rector para la construcción de un saber que intente cristalizar a las mujeres en un Ser, objetivándolo pues en tanto que accidente de la substancia hombre, donde la jerarquía ontológica signada por la función "ser imagen de" vendrá a ocupar el sitial de los merecimientos mundanos, en cuanto a la repartición de dones y atributos que a sus variables se refieran.



III

Pues bien, veamos como nos pueden ilustrar lo Padres acerca de este preciso tema, acotándolo entre varios otros, a lo que parecería ser cierta invasión de la voz por parte de aquellas, que en palabras de Tertuliano, en De Cultu Feminarum[7], han persuadido a Adán, puesto que el demonio no tuvo valor suficiente para atacarlo a él directamente.
Podríamos decir, que la cuestión comienza con el mismo Tertuliano, quien en su Tratado de la Impaciencia[8], apartado 5, nos sugiere el modo por el cual una conversación puede, cual agente conductor, servir de medio para la acción de aquel reptil. El tema es entonces que éste le ha inoculado a Eva, tras hablarle, el mal de la impaciencia, quien tras su imprudente prestarle lengua y oídos, queda infectada por la Impaciencia del Hablar, siendo así que el noble Adán vendrá ahora a perecer por la impaciencia inoculada por Eva, “convirtiéndolo en transmisor de la culpa, no soportando ella sola su caída.”
De este modo, la línea del hablar comienza a tomar cierto matiz preocupante para la rectitud del camino de quien pretenda ser un justo cristiano, donde debido al hecho del no poder cerrar este orificio que hace sensible el escuchar, será mejor reglar las condiciones por medio de las cuales se establezcan las imputadas relaciones con las mujeres, seres parlanchines como las descubre Orígenes en el libro XIII apartado 3 de sus Homilías sobre el Éxodo[9], donde leemos la sutil pregunta autocontestada: “¿Como piensas que conciben en su corazón si charlan tanto y se distraen tanto conversando que no permiten que haya silencio?”
Y el silencio se erguirá entonces en la condición de la imperturbabilidad, pues si no resulta posible rehuir de la atracción hacia aquellos medios femeninos de perdición, mejor será hacer como si no ocurriera nada, y nada que se pueda oír, de acuerdo a ley.

Nos encontraremos entonces, con la conjugación de estas dos vertientes: la primera, la tentadora que causó la caída por hacer uso de la lengua con la serpiente, y la segunda la naturaleza intrínseca del afán de hablar en demasía, siendo el signo conector el cristiano esfuerzo por despojar al deseo de su causa, ubicando para ello un contraste, entre lo telúrico y lo absoluto de aquello que fue el goce de los bienes celestiales, perdidos tras la manzana y aquel siniestro árbol que en el centro del Edén moraba.




IV

Tomemos por un instante a Evagrio Póntico, quien en su libelo Sobre los Ocho Espíritus Malvados[10], en el punto IV dedicado a la Lujuria, nos permite precavernos acerca de las incidencias negativas que tiene para quien busca la sabiduría, el trato con las mujeres. Nos legará, tras aconsejarnos que evitemos toda intimidad con ellas, cortarles la libertad de hablarnos con confianza, para lo cual engarza la siguiente descripción, puesto que las mujeres todas :
al inicio tienen o simulan una cierta cautela, pero seguidamente osan hacerlo todo descaradamente:
1) primer acercamiento tienen la mirada baja, pían dulcemente, lloran conmovidas, el trato es serio, suspiran con amargura, plantean preguntas sobre la castidad y escuchan atentamente
2) las ves una segunda vez y levanta un poco más la cabeza
3) la tercera vez se acercan sin mucho pudor; tú has sonreído y ellas se han puesto a reír desaforadamente
4) seguidamente se embellecen y se te muestran con ostentación, su mirada cambia
anunciando el ardor, levantan las cejas y rotan los ojos, desnudan el cuello y abandonan
todo el cuerpo a la languidez, pronuncian frases ablandadas por la pasión y te dirigen una
voz fascinante al oído hasta que se apoderan completamente el alma.
Siendo pues esta voz fascinante una “trampa que encamina hacia la muerte”, una “red entretejida (y es sabido que son las mujeres por antonomasia quienes sabrían tejerlas) que arrastra a la perdición.”
Por otro lado, no es a ninguna mujer en particular a quienes se dirigen los Padres. Esto en tanto que les es necesario universalizar, de cabriola en cabriola, un modo en que se pueda escribir La mujer: sea ramera babilónica, esposa, madre de cristianitos o vírgenes, todas sucumben al precepto Paulino del velo, la sujeción y el silencio; pues no vaya a creerse que las vírgenes poseían algún privilegio durante estos siglos. Si se lee a San Jerónimo, el gran teórico de la manufacturación de las Fábricas de la virginidad, nada habrá que envidiar a la rigurosidad mecánica de las peripecias en la mansión de las 120 Jornadas en Sodoma, donde cada segundo se rige a la instancia pautada de la letra.
A su vez, San Cirilo de Alejandría en su Procatequesis[11] apartado XIV, nos da una lección del modo en que se debe mantener a raya el encantamiento femenino, lanzando para ello el imperativo de que “esté todo separado en las Iglesias”, hombres y mujeres cada uno en su rincón, de modo que “no se convierta en causa de perdición lo que debe ser ayuda para la salvación”. Y no solo eso, sino que nuestras vírgenes - imitadoras de la vida de los ángeles- deberán salmodiar o leer, pero en silencio: "deben hablar los labios-escribe- pero no debe llegar la voz a oídos ajenos. No tolero que la mujer hable en la asamblea; y la casada actúe también de modo semejante, que ore y mueva sus labios, pero no se oiga su voz.”
Observamos entonces un desdoblamiento, que hable, eso pase, pero que no se oiga su voz. Deberíamos pensar por lo tanto, que el punto de afección se columpia aquí entre el pronunciar y su escucha, pues las orejas de los cristianos primitivos, parece ser, eran por demás sensibles al hecho de no poder evadirse, sobre todo cuando se postulaban frente a una mujer que, considerada en sentido estricto, no podía menos que cincelar la recta ascendente hacia el seno del Señor, mientras el factor de la Parusía, la regeneración de los cuerpos y el Juicio final, en aquellos tiempos, tan próximos se los precisaba sostener, para acomodar la nueva alianza a la nueva Fe en un ecumenismo que no podía tolerar la infracción de no poder escribir “Todas las mujeres son una parte obediente del hombre”, en un sistema cuya consistencia no podía bajo ningún concepto fallar, o precisar algún otro para verificarse. En fin, Gödel hubiese resultado anatema, y un Concilio sin duda se le hubiese dedicado a su honor.

Pero continuemos en esta escueta introducción al tema que nos convoca.
Si algún hombre cayó entre las lianas del deseo por una mujer, solo Dios conseguirá preservarlo por la gracia, como nos informa el Canon IV del Concilio de Neocesarea[12]. Y si como quizá suceda, la voz produce cierto eco mortificante en el deseo cristiano, nada mejor que pretender anular a su vez el deseo del Otro... y su voz en lo posible, siendo esto en realidad lo ilusorio en la cuestión , pues no siempre Dios estará ahí en el momento en que alguna mujer nos cause.
En el Ambrosiaster, colección de textos durante mucho tiempo atribuidos a San Ambrosio, específicamente en A los Corintios[13] XIV, 34 podemos leer que las mujeres deben cubrir sus cabezas, " deben llevar el signo de la sujeción a la autoridad pues por ella ingresó el Pecado al mundo, deben mostrarse sumisas" sin pronunciar ningún pero que menoscabe la enunciación del dicho ser hombre; o sea, nada de equívocos en el lenguaje.
Es por lo tanto tema de precaución el quitar a los oídos la acometida de una boca-nada vociferante por parte de las mujeres. San Juan Crisóstomo en su Sobre el Sacerdocio[14], libro VI apartado 2, nos advierte que las mujeres nos arrebatan la atención; al igual que San Agustín en los Soliloquios[15] refiriéndose en este caso a la sabiduría; para lo cual notifica cristianamente, y con un lujo detallista que no puede sino resultar al menos sospechoso, lo siguiente:
"la bella disposición del semblante, los movimientos acompasados, el afectado cuidado en el andar, la inflexión de la voz, los ojos pintados, las mejillas cubiertas de afeites, el adorno de los rizos y compostura de los cabellos, la suntuosidad de los vestidos y la variedad de los ornamentos, y la belleza de las piedras preciosas, y la fragancia de los ungüentos arrebatan la atención y turban el alma, a menos que se haya endurecido por medio de una templanza muy austera”.
Pero no será solo la cadencia de las anteriores características, sino que sus inversas arrastrarían al mismo cauce, pues: "El descuido del semblante, el cabello descompuesto, el vestido sucio, el traje desaliñado, la sencillez de costumbres, el razonar sin doblez, el caminar sin afectación, la voz sin composición, el vivir en pobreza, el verse despreciado, y no tener alguno en su defensa, y la soledad misma, movieron al principio a compasión a aquél que las registraba; pero después lo condujeron a la última ruina."
De uno u otro modo, con inflexión o descompostura, en principio, el hablar de las mujeres acarrea serios problemas para quien se afirme en transitar el destino cristiano hacia la salvación; y no se conseguirá el mismo salario de vida para quien "transite el camino abrazado por el hombre solo y aquel que pase por la unión con una mujer" según San Gregorio Niseno en el libro I de su Meta divina y Conforme a la Verdad[16].

Continuemos entonces con San Crisóstomo, quien hace de las continuas conversaciones y trato con mujeres, el alimento para una de las Bestias (entiéndase Espíritus malignos), particularmente, estas conversaciones engordarían la panza de la liviandad, ocasión de infinitos males.
Así, ni lerdo ni perezoso, en sus Homilías a Corintios[17] XXXVII, 1, nos escribe que el fin de San Pablo en sus epístolas referidas al silencio de las mujeres se encuadraba en instituir una Ley para prevenir la confusión, o sea "el desorden que presentan las mujeres" razón por la cual se ve llevado a "cortar con su irrazonable manía de hablar y conversar" a "reprimir sus chacharacheos con mucha autoridad". En fin... "Cose sus bocas con la Ley".
Parecería que finalizar esto con un Amen resultaría excesivo, pero el hilo de la ley anuda los labios mientras agiliza el andar terrestre hacia la única unión que parecería resultarles válida a los primeros cristianos: la alienación en la añoranza del Edén. O bien junto a Dios o bien bajo una Mujer, con todo lo que un vel trae aparejado.
Claro que el problema surge desde el momento en que no les resulta algo simple acallar el deseo; velos, muros eclesiásticos, la invención de los Conventos, el appartment de la concupiscencia, y así, iterativamente, hasta la cuestión del abordaje quo matrem en la condescendencia Agustiniana para con el contagio, pues como una enfermedad de transmisión sexual consideraba al Pecado Original, no conseguirán desabonar la fertilidad del campo que se intenta simular bajo la forma de un erial.
Evidentemente, no es cuestión de construcciones fantásticas en el curso del sentido de la historia, sino en todo caso de la lectura cristiana acerca de la realidad de la mujer en términos de Fantasma. La posición de la misma, deberá pues ser reglamentada de tal manera que la naturaleza díscola y discordante de este ser extraño y extravagante, consiga poseer un significado tal que permita asirla con las manos, o al menos echarle un lazo... una cadena.
Es así, que San Crisóstomo, en las Homilías a Timoteo[18] (IX, I Tim II 11-15) revuelve el caldo del redil cristiano nuevamente con el yugo de la ley, envolviendo el silencio en las mujeres como signo de sujeción en tanto que hay que "cortar toda ocasión de conversación en la Iglesia" , y no por cuestiones socio-históricas sino mas bien porque "su sexo es naturalmente el mas charlatán y hay que restringirlas por todos lados", de modo tal que "muestren su sumisión mediante el silencio".

Además, no será olvidado el "por que" del deber mantener silencio, pues esta voz puede ser también ostensiblemente persuasiva. Y dirá Crisóstomo un poco más adelante, diferenciando el modo en que hombre y mujer justificaron su mordida ante Dios, que por su lado Eva dijo "la serpiente me engañó", subrayando acerca de ésta su condición inferior y subordinada, mientras que el prístino Adán "no dijo la mujer me engaño sino me dio del árbol y yo comí" ... pobre inocente!, su caída se debió al hecho de que "transgredió por la persuasión de su esposa", jamás por iniciativa propia, sino por una rebanada de costilla que, al tiempo en que le pertenece, señala que algo le falta, y para colmo lo persuade hablándole, intrigándolo, incordiándolo aun.
Mencionemos para ir dando cierre a esta breve introducción acerca del tratamiento que la Religión Cristiana hace de las mujeres, la explicación de San Agustín en relación a la conversación que entablan la serpiente y Eva. En su De la Trinidad[19], donde entre otras cosas deslinda lo que algunos llaman el binario psicológico; Ratio superior- Ratio inferior, distinción adeudada a su conversor San Ambrosio; encontramos en el Libro XII, que a las mujeres les toca representar en su cuerpo ( no nos resultará sorprendente) la parte de la Razón abocada al conocimiento de las cosas temporales y cambiantes, lo "necesario para manejarse en los asuntos de la vida"; y como "las cosas ciertamente corporales son percibidas por los sentidos del cuerpo", "solo ella hablo con la serpiente y solo ella se dejo conducir", pues como contrapartida "las cosas espirituales, cuales son las eternas e incambiantes, son entendidas por la razón de la sabiduría", no creo que haga falta mencionar quien se llevará esta porción al bolsillo.
Cito:
“Entonces, siempre que el sentido carnal o animal se introduce en los propósitos de la mente referidos al entendimiento sobre las cosas temporales y corpóreas, teniendo como objeto los oficios de las acciones de un hombre por la fuerza viva de la razón, produce un cierto gozo para si mismo, es decir, un gozarse donde se es privado de lo bueno, no en el sentido público o común, sino en el sentido de lo incambiable y eterno, así es como fueron los discursos de la serpiente con la mujer”

O sea, que no solo representa cubierta por el cuerpo aquel trozo de razón, sino que además ha sido contaminada por lo que es el tercer estrato mental, el compartido con las bestias, pues leemos en el Libro VI, XXII, 68 de su Replica a Juliano[20] que la mujer ha sido "corrompida por dar crédito a las palabras de la serpiente", pues "las malas palabras corrompen las buenas costumbres" y el mal de la concupiscencia (eje de la teología Agustiniana sobre el Pecado Original), acometerá bajo la égida de una mujer (o bien dos y contando... ), que sustrae con sus palabras las ávidas mientes de los oídos de los primeros representantes de la Iglesia Cristiana.


V

Decanta de lo antedicho que seria mejor, como nos aclara San Clemente Romano en su primer Epístola a los Romanos[21], párrafo 21, "guiar a las mujeres hacia lo bueno", de manera tal que "manifiesten moderación de lengua por el silencio". Y un silencio acompasado, por lo que su homónimo de Alejandría, en el libro III de El Pedagogo[22], señala como Labor de Mujer: "hilar la rueca y el telar... ayudar en la cocina [aclaro que se trata de ayudar a los criados]... traer con sus propias manos lo que necesitemos... ocuparse de la comida y de complacer al hombre". Claro que podemos observar aquí la petrificación de las mujeres en lo que hace a la función de Esposa (en uno de esos malabares a los que tan inclinados fueron los Padres de la Iglesia), donde la relación quedará marcada; puesto que la doctrina Paulina manda a las mujeres que pretendan aprender a preguntar a sus maridos en el hogar; en una pantalla por la que el hombre de buena Fe "odia la mortal y corrupta unión conyugal, así como también el intercambio sexual, solo ama en su Esposa aquellas características que la hacen humana, odiando lo que le pertenece como mujer", como podemos apreciar en el Libro I, 41 del Sermón de la Montaña[23] de San Agustín.

Pues bien, mas allá de no haber deslindado el proceder lógico de este desprecio misógino hacia las mujeres, podemos observar cómo en el punto mismo donde las Sirenas fueron esquivadas mediante la ilusión del saber taponarse con cera los oídos, o bien amarrase al mástil odiseicamente apeteciendo oír, la religión cristiana, sin dudar en cuanto a lo que causa, frente al hecho de la imposibilidad de clausurarse ante el hablante-ser ubicado en el costado sexuado correspondiente al Otro sexo, echó mano de la mordaza, pues si no consigues desoír(La) mejor será que no halla nada que decir... aunque claro, esta estrategia siempre falla, ejemplo de lo cual hallamos en los llamados Padres del Desierto, donde la voz les retornaba bajo formas misteriosamente demoníacas... semblantes de mujer.

Termino pues dando un modelo de la complejidad del asunto citando el Canon VII del Primer Concilio de Toledo[24] donde; además de apreciar en el decimoquinto Artículo de Fe que "Si alguno juzga que debe creerse en la astrología o en las matemáticas, sea anatema" (pienso aquí en Hypatia); llega a nosotros, imperativamente, lo siguiente:

"Que el clérigo cuya mujer pecare, tenga potestad de castigarla sin causarle la muerte, y que no se siente con ella a la mesa. Se tuvo por bien que si las mujeres de los clérigos pecaren con alguno, para que en adelante no puedan pecar más, sus maridos puedan, sin causarles la muerte, recluirlas y atarlas en su casa, obligándolas a ayunos saludables, no mortales, de tal modo que los clérigos pobres se ayuden mutuamente si acaso carecen de servidumbre, pero con las esposas mismas que pecaron, no tomen ni tan siquiera el alimento a no ser que, hecha penitencia, vuelvan al temor de Dios."

Y efectivamente, da temor:
Vox Feminae


[1] Publicado en la Memoria de la Jornada sobre Psicoanálisis y Psicosis Social (Evento nacional). Buenos Aires, Facultad de Psicología, UBA, 2007.
[2] http://www.mercaba.org/Tesoro/nacianceno_homilias1.htm
[3] Lacan, J. : Seminario Libro XVI, Clase 13, Inédito.
[4] Lacan, J : Seminario Libro XXIII, Clase I pg 13, Buenos Aires, Paidos, 2006.
[5] Lacan, J : Conferencia de Ginebra, pg 143, Intervenciones y Textos II, Buenos Aires, Manantial,
[6] The Apostolic Fathers with Justin Martyr and Irenaeus by Philip Schaff : http://www.ccel.org/ccel/schaff/anf01.html
[7] Fathers of the Third Century: Tertullian, Part Fourth; Minucius Felix; Commodian; Origen, Parts First and Second by Phillip Schaff: http://www.ccel.org/ccel/schaff/anf04.html
[8] http://www.tertullian.org/articles/manero/manero4_de_patientia.htm#C5
[9] http://www.mercaba.org/tesoro/ORIGENES-1/marcoorigenesexodo.htm
[10] http://www.multimedios.org/docs2/d000170/p000001.htm#n1
[11] http://www.elarcadenoe.org/patristica/cirilo/cirilo_02.htm
[12] http://www.holytrinitymission.org/books/spanish/canones_concilios_locales.htm#_Toc104378694
[13] http://www.womenpriests.org/traditio/brosiast.asp
[14] http://multimedios.org/docs/d000108/
[15] http://www.mercaba.org/Padres/AGUSTIN/soliloquios.htm#_edn1
[16] http://www.mercaba.org/TESORO/niseno_metadivina2.htm
[17] Saint Chrysostom: Homilies on the Epistles of Paul to theCorinthians by St. Chrysostom: http://www.ccel.org/ccel/schaff/npnf112.html
[18] Saint Chrysostom: Homilies on Galatians, Ephesians, Philippians, Colossians, Thessalonians, Timothy, Titus, and Philemon by St. Chrysostom : http://www.ccel.org/ccel/schaff/npnf113.html
[19] On the Holy Trinity; Doctrinal Treatises; Moral Treatises by Philip Schaff http://www.ccel.org/ccel/schaff/npnf103.html
[20] http://www.sant-agostino.it/spagnolo/contro_giuliano/index2.htm
[21] http://www.mercaba.org/Tesoro/clemente_de_roma.htm
[22] Fathers of the Second Century: Hermas, Tatian, Athenagoras, Theophilus, and Clement of Alexandria (Entire) by Philip Schaff : http://www.ccel.org/ccel/schaff/anf02.html
[23] St. Augustin: Sermon on the Mount; Harmony of the Gospels; Homilies on the Gospels by Philip Schaff : http://www.ccel.org/ccel/schaff/npnf106.html
[24] http://www.filosofia.org/cod/c0397t01.htm

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